ENCANTADORA SIMPLEZA

TEXTO: SOFÍA ALDUNATE  FOTOS:ANA MARÍA LÓPEZ

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Esta casa lleva en sus huesos una larga y romántica historia de amor protagonizada por sus dueños y la naturaleza desbordante de los lagos del sur de Chile. Un relato que se rinde a los pies de volcanes, aguas turquesa y árboles centenarios.

Fue hace 23 años que esta familia decidió embarcarse en la aventura de comprar un sitio a orillas de un lago en el sur de nuestro país y construirse una casa. Una locura -según ellos- que no tiene otra explicación que el tremendo poder de la naturaleza. “Una magia desbordante que nos conquistó a través de sus aguas color esmeralda, volcanes, árboles y que nos llenó de energía y coraje. Hay cosas que no tienen más explicación que el enamoramiento total”, agregan.

Hace más de dos décadas, colonizar este lugar, que aún permanecía sin casas a la redonda, era una tarea para valientes. La inclemencia del clima, la desconexión, las dificultades propias de no tener acceso, la falta de electricidad y la lejanía, hacían de esta apuesta, más que una aventura, una ocurrencia bastante atrevida. Pero el tiempo les dio la razón y hoy atesoran los mejores recuerdos de este lugar, incluidos los mil y un aprietos en que los puso la naturaleza, desde desborde de ríos, perdidas recurrentes de muelles y el naufragio de más de una embarcación.

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El proyecto inicial consistía en una casita de madera de 90 metros cuadrados, anclada prácticamente en el agua y cuyo encanto radicaba en las vistas. “Es más, mi idea original era de una simpleza tal, que incluso pensaba en algunas divisiones con géneros livianos como lo había visto en una revista”, comenta la dueña de casa. El arquitecto Felipe Wedeles les ayudó con un dibujo y maestros de la zona la levantaron a su ritmo, forma y tiempo. Con los años, la construcción ha ido evolucionando y nada queda de la idea de los paños divisorios. “Esta casa ha sido una escuela a la resiliencia, a disfrutar de lo simple, a aprender a querer lo imperfecto”, agregan.

Entre el palafito de 90 metros cuadrados al verdadero resorte en que se convirtió este lugar, han pasado muchas cosas, desde carpas VIP donde alojaban sus hijos con amigos -las que incluían cubre plumón, electricidad, clóset, alfombras de sisal, velas y flores-, hasta una serie de ampliaciones para recibir a nueras, yernos y nietos; terrazas, huerta y una cuba que se robó el protagonismo. “Siempre hay proyectos y cosas nuevas en las que nos embarcamos, pero a la luz de esa simpleza que nos movió desde el primer momento”. 

Evidentemente, aquí hay talento, porque esa sencillez tiene un encanto único a través de detalles como alfombras en los pisos pintadas a mano por la dueña de casa; poesías escritas de su puño y letra sobre las paredes; lámparas armadas con palos recogidos a orillas del lago; canastos, velas, libros, recuerdos y colecciones de barcos de madera; una cocina a leña siempre encendida de donde salen los platos más ricos y una cuba caliente que les da la bienvenida a todos. “A la naturaleza es imposible competirle y por eso mismo, no colgamos ningún cuadro, no hay más decoración que las vistas, que son siempre maravillosas y cambiantes”.

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Hoy la casa tiene capacidad para 17 personas. Capacidad que durante los veranos siempre está a tope y más, porque es uno de los lugares favoritos de los vecinos del lago. Y no solo por lo acogedores y entretenidos de sus dueños, sino que por que en ella se revive ese espíritu tranquilo y equilibrado que tanto se añora en estos tiempos. Ese que trata de largas y profundas conversaciones, de juegos de mesa, puzles, buena música, ricos platos y lectura. Panoramas escoltados por el lago, por añosos coihues y ulmos y los volcanes.