TEXTO: SOFÍA ALDUNATE FOTOS: ANA MARÍA LÓPEZ

Cercana al sector de Cachagua, esta casa revive el espĂritu oriental que conquistĂł a sus dueños. Puentes, lagunas, un añoso bosque de bellotos y una autĂ©ntica estĂ©tica japonesa en sus lĂneas y proporciones, la transforman en un verdadero espectáculo.

Amantes de la cultura y la estĂ©tica japonesa, esta pareja decidiĂł construirse una casa con marcados guiños orientales en medio de un antiguo parque familiar. Un sector privilegiado cercano a Cachagua que no sabe de vecinos y que, como Ăşnica compañĂa, tiene principalmente milenarios bellotos del norte y tambiĂ©n molles, peumos, lagunas, puentes y peces traĂdos de diferentes partes del mundo. Una casa en medio de una quebrada, cercana al mar, pero que asumiĂł esa reconocida belleza de la arquitectura de JapĂłn. Esa que es aplaudida por la forma en que conecta y optimiza sus espacios; por la manera como privilegia las proporciones modulares de sus interiores, por su uso de la madera, por la incorporaciĂłn de pocos, pero significativos elementos y porque cuenta con jardines diseñados para la contemplaciĂłn.

El primer paso de este proyecto partió hace casi 10 años, cuando uno de los dueños -con profundos conocimientos en paisajismo- decidió intervenir el parque existente, alrededor de dos hectáreas que renovó, limpió y a la que le sumó lagunas, pasarelas y especies como iris japoneses y nalcas, entre muchas más.
La segunda parte era hacer realidad la idea de tener una casa. Para ello, se contactaron con el arquitecto Rodrigo Amunátegui quien supo interpretar a la perfecciĂłn la idea que tenĂan: una construcciĂłn tipo Bali o Tailandia con pabellones independientes que se conectaran a travĂ©s de pasarelas. “Esta casa es full oriental porque no solo tiene sus proporciones, sino que además los techos son super largos y está toda recubierta en madera pintada del color de la tierra de los cerros vecinos, todo segĂşn la usanza japonesa”, comenta uno de sus dueños. Y agrega: “La idea era que tuviera esa liviandad propia de oriente para que uno se sintiera flotando sobre el jardĂn”.
Dividida en tres módulos, todos conectados por pasarelas exteriores de deck de madera, en el pabellón central se encuentra el living, el comedor y la cocina; en otro, hacia el extremo derecho, está el dormitorio principal y, finalmente, al lado izquierdo ubicaron el sector de los invitados. “En total, hay espacio para diez personas, las que pueden disfrutar de total privacidad y, además, con esa liviandad que buscábamos. Da la sensación de que uno está entrando a un pequeño villorrio”, dicen sus propietarios.

Esta fascinaciĂłn por Oriente, que plasmĂł el jardĂn y la arquitectura, tambiĂ©n se colĂł hacia el interior. AquĂ, se puede apreciar aĂşn más la influencia que la otra cara de nuestro planeta ha tenido sobre sus dueños. Y, además, como grandes y experimentados viajeros, este lugar atesora valiosos recuerdos que se han traĂdo consigo, son pocos, medidos pero muy significativos, por nombrar algunos, unos grabados japoneses Ukiyo-e, cojines de Uzbekistan, un textil Khente de Ghana, fotos tomadas por ellos a tribus Samburu y Zulu y más. El resto, cosas de toda la vida y muebles hechos a medida y pensados para disfrutarlos, relajarse y sentirse cĂłmodos. “Los sillones los copiamos de un diseño de Christian Liaigre, tienen un metro y medio de fondo, asĂ que la gente obligadamente termina poniendo los pies sobre la mesa de centro. ¡Esa era la idea!”, comentan.
La gran terraza, resguardada del sol con una cortina de caña entretejida, conocida en JapĂłn como sudare, recorre toda la casa y es la antesala al precioso y colorido jardĂn que la rodea. Desde lo alto, se puede ver el parque, la quebrada aledaña, las lagunas y las demás cabañitas que han ido construyendo. Y es que una casa trajo la otra y hoy, han sumado tres pequeñas construcciones más escondidas entre los bellotos. Un verdadero privilegio que ha llamado tanto la atenciĂłn entre amigos y cercanos que, desde hace poco, sus dueños decidieron arrendarlas.