TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR FOTOS: RICARDO LABOUGLE
Lorenzo Castillo, reconocido interiorista y anticuario español, se convirtió en el salvador de este magnífico palacete del siglo 18, que por años pareció destinado al abandono más absoluto.
La historia se siente en las angostas calles de Mahón, la capital de Menorca. Este puerto natural, considerado uno de los mejores de Europa, supo de conquistas e invasiones. Franceses, árabes e ingleses disputaron cada centímetro de esta isla, dejando una huella profunda de su influencia en tradiciones, gastronomía, arte y arquitectura que aún perduran y que se pueden apreciar al recorrer su impresionante casco histórico. Fue precisamente esta riqueza cultural la que cautivó por completo al destacado decorador español Lorenzo Castillo.
En 2017, llegó a este rincón del Mediterráneo invitado por una querida amiga que sabía que el madrileño necesitaba espacio, tiempo y tranquilidad para escribir un libro que recopilaría lo mejor de sus 25 años de carrera. En una tarde de paseo, terminó en Isabel II, una calle que parece haberse detenido en el tiempo hace siglos y donde aún se conservan antiguos palacetes de estilo georgiano. Para este historiador del arte, la decisión fue clara desde el primer momento: debía encontrar una casa allí a toda costa. Sorprendentemente, en solo una semana, dio con un palacio del siglo 18 en ruinas, pero con un enorme potencial. “Me enamoró su abandono total, sin haberse tocado en quizás 200 años. Algo increíble”, cuenta el español.
La casona, de ochocientos metros cuadrados distribuidos en seis pisos, estaba abandonada y necesitaba un profundo trabajo de restauración. Consciente del valor arquitectónico que tenía entre sus manos, el interiorista quiso conservar todo lo que fuera posible de sus días de esplendor, sin dejar de lado la necesidad de modernizar ciertos aspectos. Entre los elementos característicos que buscó -y logró- rescatar se incluyen la escalera de marés, la ventana en arco (que dicen, fue la primera en la ciudad), la carpintería de estilo Robert Adam que evoca su pasado inglés, los suelos de barro artesanal y las paredes de estuco.
Antiguamente, las casas en primera línea eran más bien cerradas y diseñadas para protegerse de las inclemencias del mar. Esta casa no era una excepción y casi no tenía vistas, condición imposible de mantener teniendo en cuenta que a sus pies están la marina y el puerto de Mahón, famosos por sus inolvidables atardeceres. Con los cambios, la luz inundó cada rincón de la construcción, a la que intentó no alterar su distribución, ya que quería que pareciese original. “¡Era como un laberinto infinito de cuartos, escaleras y pasillos que me costó meses entender!”, reconoce. Finalmente, mantuvo la estructura interior original y creó cuatro departamentos prácticamente independientes, lo que le permite recibir visitas cómodamente.
Castillo, quien por años fue uno de los anticuarios más reconocidos en España, eligió varios muebles de estilo inglés hechos con maderas locales para unirlos a detalles muy propios de la isla, como apliques en forma de caracola, tiradores de coral y motivos náuticos. Su gran sentido del color y exquisita sensibilidad para conseguir mezclas atrevidas son parte del sello en el trabajo del interiorista y aquí se encuentran en su máximo esplendor. “Su decoración es muy yo, pero inmerso en el mundo menorquín. Quise interpretar Menorca, muy particular por su compleja mezcla de estilos y arte de todas las épocas y períodos, pero a través de mi prisma y mi estilo”. Exuberante, acogedora, relajada y soberbia a la vez, Lorenzo Castillo logró de forma excepcional darle una segunda vida a un lugar que parecía no tener vuelta atrás.