TEXTO: SOFÍA ALDUNATE / FOTOS: ALEXANDER DHIET
El decorador belga Jean-Philippe Demeyer fue el encargado de sumarle energía, extravagancia y sabor al restaurante italiano Gigi en Ghent. Su explosiva imaginación transformó el lugar en un verdadero festín visual.
Ubicada entre Brujas y Bruselas, la ciudad de Ghent es una encantadora localidad al norte de Bélgica. Ahí, entre sus callecitas, sus canales, parques y jardines detenidos en el tiempo, se encuentra Gigi, lo más colorido de la gastronomía italiana. Un restaurante “para enamorar y enamorarse, para comer, tomar, conversar y cantar con el corazón”. Un lugar que pregona la existencia de 6161 formas di amore.
Y fue el decorador Jean-Philippe Demeyer el encargado de materializar el sabor y los profundos sentimientos que inspiran este restaurante a través del interiorismo. Y no es de extrañar que precisamente fuese este belga el elegido para desarrollar el proyecto, porque suele comparar su oficio con el de un cocinero. “Nuestra casa-showroom en Brujas es como un frigorífico. Yo voy al mercado y lo lleno con los productos que me apasionan, y cuando un cliente me pide un proyecto, voy sacando ingredientes para cocinar un plato que nos guste a ambos”.
En este caso, esos ingredientes tuvieron mucho de color, luz, textura, exuberancia, imaginación y recursos no convencionales, que dieron como resultado una mezcla visual sorprendente: hablando en términos culinarios, en un festín para los ojos.
Ese era el objetivo de su joven cliente Willem Deketelaere, a quien conoció a través de amigos en común. El encargo era simple: recrear el escapismo italiano. Y, como el propio Jean-Philippe admite, se volvió loco y sacó los mil sueños que tenía guardados en su armario y los echó a volar. Envolvió columnas estructurales en franjas retorcidas al estilo de los amarres venecianos; cubrió de baldosas los cielos, como un guiño a Gucci; le hizo tributo a la aerolínea Alitalia a través de luces y el logo de la marca. Reinventó la Vía Apia, con esculturas neoclásicas de terracota; las cortinas de encaje recuerdan los bulliciosos cafés del distrito Quartieri Spagnoli de Nápoles y una exuberante alfombra envuelve bancos, paredes y algunos techos evocando el dulce limoncello de la costa Amalfitana. Una gran barra rematada con restos de mármol, ancla detalles tan geniales como una escultura de pared de Medusa inspirada en el logotipo de Versace y remata con pantallas de color rosado y flecos en forma de brazos olímpicos y antorcha incluida. Suma y sigue…
“Me encantan las extravagancias, pero con equilibrio. Es importante calibrar el maximalismo a través de una estructura visual correcta a la que se le sumen el resto de los elementos. De otra forma el resultado sería descabellado”, asegura este abogado de profesión, anticuario de afición y decorador de oficio. Sin embargo, eso que le suma, desborda de imaginación y fantasía. Y en Gigi queda patentado con creces.