TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR FOTOS: ANA MARÍA LÓPEZ
El blanco la define. Para la decoradora Isidora Gueneau de Mussy este color es su mejor aliado al momento de enfrentar sus proyectos, y para su casa en Panquehue, quiso convertirlo en el gran protagonista. Ambientes cálidos, frescos y elegantes que hablan de tradición y una intensa vida familiar.
El campo ha sido siempre parte importante en la vida de Isidora Gueneau de Mussy. La familia de su marido ha construido una historia en la zona de Panquehue -valle del Aconcagua-, marcada por una profunda relación con el mundo agrícola y ecuestre. El matrimonio quiso mantener la tradición y hace ocho años que comenzaron con la búsqueda de un terreno para ellos, idealmente lo más cerca posible del núcleo familiar. Para su suerte, no solo encontraron el lugar sino también la casa con la que siempre soñaron. El escultor Alberto Maffei era el propietario de esta construcción que, a los ojos de la decoradora, era perfecta gracias a su sencillez y a un estilo difícil de definir, entre rústico y provenzal.
Teniendo en mente la conservación de la estructura original, la pareja contactó al estudio Sáez Joannon para que se hiciera cargo de la remodelación y ampliación. En los ocho meses que tardó el proyecto en concretarse, los arquitectos sumaron nuevos espacios, continuando con la estética existente en base a la selección de maderas al natural, tejas y pisos de ladrillo sin tratar.
Si hay algo que caracteriza el trabajo de esta diseñadora es su inigualable talento para potenciar la luminosidad y tranquilidad de los espacios a través del juego de texturas y tonalidades elegidas, siendo el blanco su principal aliado. Isidora se reconoce fanática de este color ya que con él logra atmósferas únicas, frescas y puras. Pero para su casa quiso ir aún más allá y darse un gusto personal, creando un diseño donde el blanco lo es todo. No importó la idea generalizada de que es un tono que se ensucia fácil y más aún en el campo, ni menos que su casa se vive intensamente al ritmo de sus cinco niños. “Quería un espacio que transmitiera una gran sensación de relajo y paz ¡y qué mejor que hacerlo a través del blanco!”.
Elementos como el mimbre y la madera fueron complementados con diseños contemporáneos y detalles que aportaron un toque de sofisticación, como las cinco lámparas de lágrimas del living. A lo largo de su carrera, la interiorista ha desarrollado una gran habilidad para destacar lo simple e irregular de los materiales en busca de ambientes minimalistas y elegantes. En este, su proyecto más íntimo, la dinámica es la misma, permitiendo que la rusticidad propia del campo empape cada rincón, pero sin caer en obviedades para conseguir una estética atemporal.
La remodelación del jardín vino tiempo después de la mano de María José Labra. Como es propio de la zona, gran parte del espacio está dedicado al cultivo de paltos, que se mezclan con palmas nativas. Mientras tanto, los sectores cercanos a la casa se pensaron en dos niveles: uno donde predomina el pasto y otro con un camino que rodea la construcción, donde abundan flores coloridas y silvestres propias del clima mediterráneo que caracteriza esta región.