TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR FOTOS: ANA MARÍA LÓPEZ
Atraídos por su tranquilidad y naturaleza abrumadora, la decoradora María Ignacia Pérez junto a su familia eligieron este rincón del sur como su lugar de escape y desconexión.
Dice que lo conocían hace tiempo y que llegaron por amigos cercanos, quienes no dejaban de comentar lo bien que lo pasaban en sus veraneos ahí. Con cuatro niños, para la decoradora María Ignacia Pérez la idea de visitar Riñihue parecía tentadora y junto a su marido decidieron probar suerte. El resultado fue tan bueno que volvieron año tras año sin siquiera pensar en otro destino. “Tiene una cosa muy especial y es que mis hijos logran bajar la revoluciones al mínimo cuando están ahí. Tienen harta energía y sus años son bien intensos por lo que al final son ellos quienes más valoran esa tranquilidad”, cuenta la interiorista.
Con el tiempo, empezó a rondar en su cabeza la idea de hacer algo definitivo, especialmente pensando en que sus hijos ya crecían y de a poco iban a ir sumando a sus propias familias. Llegó así a este terreno en medio de un bosque nativo a orillas del lago, el lugar perfecto para empezar su propio proyecto. Si bien se construyó considerando recibir a un grupo grande de invitados, la estructura se dividió en dos pisos para que de esta manera pueda ser vivida cómodamente tanto por un gran número de personas como también cuando llega solo ella y su marido.
En esta casa -proyectada por Balbontín y Domínguez Estudio de Arquitectura, y ejecutada por la oficina de Tomás de Iruarrizaga- los espacios comunes son amplios y siempre luminosos gracias a una lucarna que recorre el pasillo principal. Cada uno de estos rincones se pensó de tal forma que fueran aprovechados al máximo y que siempre invitaran a quedarse, como el caso del quincho con chimenea o de la cocina que, según cuenta la decoradora, fue tomando protagonismo de a poco. María Ignacia reconoce que hasta la pandemia la cocina no era su fuerte pero no le quedó otra que aprender hasta que le terminó gustando, sobre todo porque ayuda a congregar aún más a la familia.
En sus casi 30 años trabajando como interiorista junto a Francisca Errázuriz, su mamá, la dupla se ha caracterizado por el uso del color en cada uno de sus proyectos y esta ocasión no fue la excepción. “Quise alejarme de las modas y estilos tan etéreos como se usan actualmente. Aquí cada espacio tiene un carácter especial y todos los elementos que componen esta casa se fueron encontrando de a poco”. Teniendo en mente que el principal atractivo eran las vistas, la decoradora eligió tonos negros y azules para seguir el juego del lago y el agua para las áreas comunes, reservando una paleta más llamativa para la cocina y las piezas de invitados.
Nalcas, helechos y árboles nativos rodean la casa. La paisajista Teresa Pollarolo fue la encargada de regenerar el espacio intervenido por los movimientos de tierra necesarios para la construcción de la casa, quién además propuso agregar algo más de flores en el jardín, así como también en los bancales a la salida de la cocina, que en un principio se diseñaron para crear un huerto pero que finalmente se dejaron para hierbas aromáticas mezclados con lirios, echinaceas y campanulas.
Una casa que habla del talento y sensibilidad estética de su dueña y que está abierta para dar la bienvenida a sus visitantes.