TEXTO: MARÍA JESÚS CARVALLO
FOTOS:ANA MARÍA LÓPEZ
Entre árboles milenarios, cerros emboscados y una vista a un lago precioso del sur de Chile, esta casa fue pensada y concebida para estar en familia. Aquí el mejor panorama es mirar el paisaje, cocinar todos juntos, ver películas y descansar.
Ubicada en uno de los lagos más lindos del sur de Chile y totalmente desconectada del mundo, esta casa es el punto de encuentro de una aventurera familia que suma ocho hijos, una decena de nietos y muchos amigos.
Emplazada en un bosque de enormes árboles nativos, la vista es hacia las aguas turquesa del lago y a un volcán que se deja ver a lo lejos. Tal como cuentan sus dueños, todo comenzó hace unos 18 años cuando, buscando un lugar de veraneo, descubrieron este terreno emboscado y casi mágico que cumplía con los requisitos que tenían en mente. “Siempre nos imaginamos una gran casa club que funcionara en torno a la cocina, donde se hiciera la vida en común, pero que no tuviera dormitorios. Y varias casitas más chicas dispuestas en las distintas pendientes del cerro con la capacidad para alojar a todos con independencia”.
Los encargados de materializar el proyecto fueron los arquitectos Alfredo Fernández, Matías González y Nicolás Arancibia, quienes supieron interpretar a la perfección el ojo clínico y los requerimientos de esta familia, en especial del hijo mayor, quien aunque abogado de profesión, es de alma arquitecto, como lo define su mamá.
Fueron tres años de construcción e infinitos desafíos. Partiendo por la falta de conexión eléctrica, de agua y del acceso, que hasta el día de hoy es solo marítima. Esto implicó, entre otras mil cosas, que todo -desde los materiales, la comida, las cuadrillas de maestros que en un minuto llegaron a ser más de 100 personas, hasta un camión y una retroexcavadora- fuera transportado en barcazas que debían esperar hasta que las aguas se calmaran para llegar a destino.
El resultado está a la vista. Una gran casa sin dormitorios, pero con dos cocinas, un comedor para 22 personas, un living que se incorpora al exterior por sus enormes ventanales, salitas de estar, sector de cine y una cava. A ella se suman cinco cabañas -cada una con su cocina y living-, un gimnasio y un invernadero, donde la piedra, madera y vegetación de la zona son los grandes protagonistas.
El paisajismo fue otra gran tarea. Desarrollado por Nicolás Sánchez, se usaron solo especies nativas -como coihues, arrayanes, ulmos, helechos y chilcos, además de rododendros y azaleas- para dar vida al parque. Dentro de los detalles entretenidos está que se sembró pasto en los techos, consiguiendo que las casas se escondan entre los jardines y que no se vean desde la playa ni desde arriba. “Quisimos que el proyecto se integrara completamente al paisaje y se mimetizara con la naturaleza, adecuando el diseño de cada espacio a los árboles que habían en el sector, para no tener que botar ninguno”, cuentan.
Entre risas, los dueños comentan que la casa hoy es como el noveno hijo, al que todos quieren visitar y compartir con él. Y ni la distancia o los miles de compromisos de cada uno son excusa para llegar hasta este lugar y quedarse el máximo tiempo posible. “Tratamos de venir todo lo que podemos y en el verano nos instalamos casi los dos meses, disfrutando de la playa de sol a sol”. Mención aparte merecen la dueña de casa y su hijo mayor, que literalmente se sacan un siete en la coordinación de la logística, ya que dado que no hay nada a la redonda, deben pensar en almuerzos, comidas y tés para casi 40 personas durante el tiempo de estadía y organizar que llegue lo necesario desde el pueblo cercano en lancha.
“Una de las cosas que más me gustan de este lugar es la vida en familia, tenerlos a todos juntos disfrutando de la tranquilidad y del relajo en este maravilloso refugio escondido”, concluye ella.