TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR / FOTOS: RENZO DELPINO
Hace más de dos décadas que Juan Grimm llevó su trabajo como paisajista a tierras uruguayas. El arquitecto chileno se hizo cargo de lo que hoy es Parque Lagunas San Nicolás, a las afueras de Montevideo. Bosques de cipreses, sauces, palmas y gramíneas dieron forma a un fascinante espectáculo visual.
Su forma de relatar el proceso de creación de sus jardines es detallista y entusiasta, casi como si fueran sus primeros encargos. En todos estos años de trayectoria y miles de hectáreas trabajadas, el chileno Juan Grimm no ha perdido la capacidad de sorprenderse de lo que la naturaleza permite hacer, de su generosidad y capacidad de adaptarse. Ver el desarrollo y evolución de cada proyecto es casi mágico, como lo conseguido en unos terrenos baldíos y olvidados a las afueras de Montevideo, Uruguay.
Era principios del 2000, cuando un par de socios charrúas oyeron de este arquitecto chileno capaz de hacer los jardines y parques más lindos de Latinoamérica. Sin dudarlo, se pusieron en contacto con Grimm para presentarle el plan. Eran 30 hectáreas en plena pampa de Montevideo, un terreno plano que incluso se había utilizado como botadero de escombros. La idea era reconvertir el paisaje, hacerlo más armonioso y estético para crear el entorno idóneo para construir sus casas. Llevaban un tiempo trabajando junto al agrónomo Nicolás Delfond, quien había plantado hileras de sauces, cipreses y encinos, además de crear una laguna. Pero el trabajo era enorme y faltaba demasiado. Con Juan de su lado, el único requisito que pusieron fue dar rienda suelta a su imaginación. “No tener un programa que cumplir y simplemente tener que crear algo lindo lo convierte por lejos en uno de los proyectos más especiales que he desarrollado en ese país”, dice el paisajista.
Para esta obra, que se convertiría en Parque Lagunas San Nicolás, Grimm pensó en algo más etéreo, desordenado, donde la vista se proyectara hasta el infinito y donde no se viera la intervención del hombre. Cualidades que caracterizan su trabajo. De esta forma, la primera decisión fue rehacer la laguna, para quitarle un poco de rigidez y otorgarle líneas más orgánicas. Pensó también en incluir grandes rocas de una cantera cercana para brindarle una narrativa distinta y menos obvia, así como color y texturas que contrastaran con los juncos acuáticos y pastos plantados al borde. Aprovechó los eucaliptus existentes como telón de fondo y agrupó los cipreses calvos para darles mayor protagonismo en este espacio de grandes dimensiones. Entre las plantas nativas decantó por las palmas pindó y butia, muy distintas unas de otras y de gran atractivo visual.
Valiéndose de la pendiente y el clima lluvioso, el arquitecto diseñó dos lagunas más. Una de ellas de menor tamaño, para la que proyectó un sotobosque (vegetación que crece en las zonas más cercanas al suelo) de pastos que crecen espontáneos y dan la idea de un humedal verde. A ese espacio íntimo llegan a diario garzas, que con su blanco impoluto otorgan un aire de mayor misterio. Producto de la vegetación extendida por el terreno y debido al agua que emana de las fuentes, se dio un efecto inesperado: la fauna, previamente inexistente, comenzó a llegar tímidamente hasta colonizar por completo el lugar. Nutrias, coipos, tortugas y distintas especies de aves encontraron aquí las condiciones perfectas para vivir y reproducirse.
Los rojos en tonos óxido, verdes, grises y amarillos de los cipreses, sauces, palmas, ligustros, liquidámbares, pastos, juncos y gramíneas crearon un relato único, sobrecogedor y enigmático que cambia y sorprende durante las distintas estaciones del año. Finalmente, los propietarios decidieron dejarlo intacto, como un espacio silvestre sin construcciones ni presencia humana. Y el resultado hizo que el nombre y talento de Juan Grimm se diera a conocer con una rapidez inaudita, permitiéndole llevar su obra a un país del que se reconoce enamorado. “Me conquistó su geografía, su vegetación y su clima. Y por supuesto, el trato amable que caracteriza a los uruguayos”, concluye.