TEXTO: MARíA JOSÉ NAZAR / FOTOS: CRISTÓBAL VALDÉS
Diseños únicos, piezas exclusivas y una colección de objetos antiguos dan vida a este departamento donde las excepcionales vistas a la Cordillera de Los Andes dieron la pauta para la elección de los tonos y las texturas del diseño interior.
Un departamento a los pies de la montaña, con una arquitectura que juega con desniveles y transparencias creando una relación visual, pero manteniendo a la vez la independencia de cada espacio. Un departamento para disfrutar en compañía, pero también solo y donde era necesario repensar las áreas comunes. Este fue el escenario que en el 2019 se le planteó al Estudio de Paula Gutiérrez, quien después de conocer a su dueño y de ver el entorno, tuvo muy claro qué dirección tomaría el proyecto.
El punto de partida lo dio la naturaleza que lo rodeaba. Era imposible obviar las espectaculares vistas a la cordillera, por lo que propuso incorporarla a través de un juego de colores y texturas. La idea era que se viera como parte integral del diseño interior. Este es precisamente uno de los sellos de su trabajo: el uso del color a lo largo de cada proyecto, sin caer necesariamente en tonos vibrantes ni en relegarlos a meros detalles. Eligió el terracota como protagonista para los muros de cinco metros de altura del hall de entrada. “Este sector fue el más desafiante del proyecto ya que debíamos jugar con las escalas y las proporciones”, explica. Incluyó una serie de figuras en bronce con diseños florales y animales de la artista Rosario Perelló, además de paneles pintados a mano sobre seda. Para incorporar texturas, revistió de madera la salida del ascensor y en el comedor, reemplazó la piedra original que cubría los muros por papeles de fibras naturales.
Para la decoración tuvo otro punto al que sacar partido: su dueño es un gran amante de la historia y cuenta con una importante colección de piezas de arte antiguo oriental. Fue así como diseñó un gran mueble para el living, donde exhibir objetos egipcios, mesopotámicos, romanos y de distintas culturas latinoamericanas. Con respecto al mobiliario, la interiorista pensó en el movimiento y en la circulación que se daría en este lugar, por lo que prefirió muebles importantes pero independientes uno del otro, para dar fluidez. Con pinzas eligió el sofá William, tapizado en lino natural y las mesas Niobe -ambos de Zanotta-, así como la poltrona Archibald de Jean Marie Massaud para Poltrona Frau y la lámpara de pie Yanzi, diseño de Neri&Hu para Artemide. Los tonos neutros de cada uno de ellos otorgaron mayor protagonismo a la alfombra Serapi de 200 años de antigüedad de Edgardo von Shroeders.
El arte fue todo un desafío porque se creó una colección desde cero con lo mejor del arte nacional e internacional. Un tapiz de Francisca Sutil y una escultura de Fernando Casasempere, además de obras de Yoshida Kazumi, Miró, Basquiat y Araceli Gilbert, dieron vida a esta propuesta.
La terraza, ubicada en el último piso, debía ser extremadamente cómoda, acogedora y a prueba de todo, ya que sería el lugar de reunión por excelencia. Para ello se crearon tres áreas -estar, cocina y comedor-, sus paredes se revistieron en mármol travertino y se diseñó una fuente de agua y arcos rústicos recordando una ruina olvidada. Las mesas son de Bosque Hundido -conocido por su trabajo con maderas recogidas del fondo de los lagos del sur-, la alfombra Natte vintage marroquí es de Voyage Chile, los sofás y las sillas de Expormim y las lámparas Cesta son de Santa & Cole.
Un resultado único, que superó con creces las expectativas del mandante. Y es que, según la propia Paula, si hay algo que tiene claro, es que quienes llegan a su estudio lo hacen porque buscan un diseño personalizado y diferenciador, que logre reflejar quién vive en el lugar y resaltar lo más extraordinario de él. Como este departamento.