VÉRTIGO POR EL ESPACIO

TEXTO: MARÍA JOSÉ NAZAR / FOTOS: PATRICIA NOVOA

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Su carrera comenzó sin darse cuenta, sin proponérselo… solo por permitirse perderse por un momento. De eso han pasado más de 30 años y la trayectoria de Hernán Gana está llena de éxitos, pero que él ha sabido aterrizar y llevarlos a lo que más le importa: la sorpresa.

xperimentar, probar, fallar y volver a empezar.  Así se podría resumir el proceso creativo y vivencial de Hernán Gana. En su trayectoria nada se ha dado según lo establecido, no le interesa seguir patrón alguno, sino buscar su propio destino. El arte llegó a su vida de la misma manera, sin proponérselo. Menor de nueve hermanos, pasaba gran parte del día dibujando todo tipo de animales. Era tal su obsesión que llegó a pensar en un futuro como veterinario, sin darse cuenta de que lo que le gustaba era el proceso en sí y no el animal en cuestión.

Al momento de elegir una carrera decantó por arquitectura en la Universidad Central, pero al poco tiempo decidió dar un pequeño cambio que lo determinaría todo. Quiso seguir sus estudios en lo que sería la nueva Finis Terrae pero faltaba un semestre para que abriera sus puertas. Fue en esa espera y en la búsqueda de qué hacer con su tiempo, que se encontró con un par de óleos abandonados en su casa y comenzó a experimentar. El resultado lo inquietó y despertó en él una atracción única. Comenzó a pintar y nunca más se detuvo. Las exposiciones llegaron antes de lo pensado y en 1991 colgó sus lienzos en la Corporación Cultural de Providencia para, un año después, seguir a la Galería Plástica Nueva de Isabel Aninat. Todo sin dejar de lado los estudios de arquitectura que, más que por gusto, terminó por un compromiso con su padre. Sin embargo, el camino estaba claro.

Al día siguiente de entregar el proyecto de título se fue a Nueva York para volver a experimentar, conocer, aprender, pulir y dominar la técnica. Autodidacta, se hizo solo como artista en base al estudio e investigación. No se arrepiente de no haberlo estudiado de manera formal y cree firmemente que la base de arquitectura le ha dado un carácter totalmente distinto a su trabajo. “Mi profesión me hizo apreciar el vértigo por el espacio y el concepto de lugar”, dice en el taller que construyó durante la pandemia. En sus obras es difícil ver figuras y el protagonista es el espacio en distintas dimensiones. “Soy un paisajista de los tiempos actuales. Sigo pintando escenas cotidianas que se mueven entre temas medioambientales, políticos o sociales”. Escenas que se centran en el actuar del hombre, pero que crea sin hacer juicios a esa realidad ni tampoco con intensión de denuncia. Gana solo pone los temas sobre la mesa.

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Las temáticas han sido varias, con quiebres claros entre una y otra. Eso es lo que más le gusta y lo que lo entusiasma. El no caer en lo obvio ni en lo conocido, sino dejarse perder porque sabe bien que en ese camino encontrará algo que va a quedar. Los edificios inspirados en las Torres de Tajamar volvieron durante la pandemia, esta vez pensando en lo que podía estar pasando en su interior durante las cuarentenas; los paisajes con mensajes fluorescentes; la intervención de las carreteras de Guy Wenborne; los relatos de Edward Snowden; y los atentados en la Araucanía forman parte de su catálogo creativo, siempre con un universo iconográfico muy potente. A Hernán Gana todo lo nutre, todo le da pie para una reflexión más profunda que finalmente lo lleva a actuar y ejecutar.

Dice que su trabajo ya no es tan visceral como a los 19 años y que evita el exceso de casualidad que lo caracterizaba en un principio. Cada vez más racional, pero sin dejar de lado la espontaneidad al crear. “A estas alturas ya tienes ciertos parámetros de belleza y conocimiento de lo que existe, intentando alejarte al máximo para evitar caer en copias. Es necesario un estudio previo muy profundo hasta que comienza a aparecer el equilibrio entre lo conceptual y lo visual, para llegar a un producto final”, reconoce. Recalca, eso sí, que en esta etapa de ensayos no hay apuros.

Ante la pregunta por próximos desafíos la respuesta es clara: “¡Sorprenderme!”. Tiene claro que con el tiempo comienza el acostumbramiento en distinto ámbitos, desde lo emocional, intelectual y, en su caso, pictórico. “Busco perderme intencionalmente porque cuando encuentras es cuando te sorprendes. Esta reacción puede ser un gran motor vital”.